<p>El antropólogo Darcy Ribeiro dijo alguna vez que Brasil es «una máquina de triturar gente» y, en la mañana del miércoles, Elieci Santana, de 58 años, no podía más que darle la razón. Estaba en la plaza San Lucas, en los complejos de favelas (barrios de chabolas) de Alemao y Penha, en la zona norte de Río de Janeiro, ante una sucesión de cadáveres alineados en el suelo y cubiertos con telas y lonas. </p>
«Las únicas víctimas fueron los policías», dijo el gobernador del Estado, Claudio Castro, en referencia a los cuatro policías que murieron en el operativo contra el ‘Comando Vermelho’
El antropólogo Darcy Ribeiro dijo alguna vez que Brasil es «una máquina de triturar gente» y, en la mañana del miércoles, Elieci Santana, de 58 años, no podía más que darle la razón. Estaba en la plaza San Lucas, en los complejos de favelas (barrios de chabolas) de Alemao y Penha, en la zona norte de Río de Janeiro, ante una sucesión de cadáveres alineados en el suelo y cubiertos con telas y lonas.
Era el día después de la operación policial más letal en la historia del Estado de Río de Janeiro: 132 muertos y contando.
«¿Por qué están cubiertos? Hay que mostrar lo que ha hecho el Estado asesino», dijo la mujer de 58 años mientras retiraba sábanas y lonas y descubría los cuerpos, muchos de ellos con marcas de disparos. Había visto unos 40 cadáveres, relató Folha de São Paulo, cuando se derrumbó: ese último cuerpo era el de su hijo.
«Mi hijo. ¿Por qué te hicieron esto?», afirmó mientras familiares la sostenían ante la visión del cuerpo inerte de Fábio, de 36 años.
Elieci admitió que su hijo se dedicaba al tráfico de drogas, pero que siempre evitaba enfrentarse a la policía y se dedicaba a mantener a sus cuatro hijas, la menor, de siete años. «Siempre huía, no se metía en tiroteos». Pero en la tarde del martes, tras comunicarse con su madre y pedirle que lo ayudara a salir de la emboscada en la que estaba -«quiero entregarme»-, fue tiroteado. Sus tobillos estaban esposados.
La historia de Elieci y Fábio, desgarradora, es una cara del drama de Río de Janeiro, quizás la ciudad más instagrameable del planeta, capaz de lo mejor y lo peor en un mismo día y un mismo lugar.
Claudio Castro, el gobernador que ordenó la redada policial, no coincide con lo de «Estado asesino». «Las únicas víctimas fueron los policías», dijo Castro en una rueda de prensa, en referencia a los cuatro policías que murieron en la operación contra el Comando Vermelho.
«Fue la mayor operación de la historia de la Policía. Se han extraído muchas lecciones. Puede haber sido el comienzo de un gran proceso en Brasil. Estamos convencidos de que podemos ganar batallas. Pero solos no podemos ganar esta guerra. Una guerra contra un poder bélico y financiero», aseguró Castro, al que sus opositores acusan de ser un aliado de las milicias paramilitares que combaten a las bandas narcos en diversas zonas de la ciudad, en especial el norte y el oeste. La zona sur, que engloba las playas de Copacabana, Ipanema, Leblon y Barra da Tijuca, suele estar protegida del Río más violento, aunque cada tanto la realidad la golpea.
La mayoría de las muertes en la operación Contención, en la zona del Complejo de favelas de Alemao y Penha, se produjo en la zona boscosa cercana al área habitada.
Vinicius George, durante más de 30 años delegado de la Policía Civil en Río, cree que la masacre en el bosque fue planificada y era un objetivo del gobernador y la policía a su cargo. «Se tomó la decisión de entrar así, de cerrar la vía de escape, combatir y matar. Y lo peor, no me cabe duda, es que todo esto se montó, sobre todo, para el escenario político del gobernador, con vistas a las elecciones del año que viene. La táctica policial, esa lógica de guerra, de entrar en combate, es una elección. Dentro del bosque, en la ruta de escape, es una locura, ¿no? Eso fue Vietnam».
George sostiene en Folha que hay otras formas igualmente efectivas y mucho menos letales de detener a los delincuentes. Castro, en una entrevista con EL MUNDOen abril de este año, ya había revelado su visión del asunto. «Es que no es solo Río de Janeiro, es Brasil. Estas organizaciones criminales que nacieron en Río y São Paulo ahora están extendidas por todo Brasil. Y el Gobierno federal tiene una política de fronteras muy mala, que permite la entrada de armas y drogas en Brasil a voluntad, a través del tráfico internacional de armas».
La «masacre de Río» pasó así a convertirse en una inversión política con la vista en las elecciones de 2026, en las que se renueva todo el poder político del país, incluyendo al presidente y los gobernadores. De un lado, la derecha dura a la que se emparenta con los milicianos, y eso incluye al bolsonarismo y también a un gobernador afín como Castro. Del otro lado, el gobierno federal, con un Luiz Inácio Lula da Silva que aspira a ser presidente por cuarta vez para gobernar hasta los 85 años. Lula volvía de una gira asiática y se enteró de lo sucedido recién al aterrizar en Brasil
«El presidente quedó horrorizado por el número de víctimas mortales que se registraron en Río y, en cierto modo, se mostró sorprendido de que una operación de tal envergadura se llevara a cabo sin el conocimiento del Gobierno federal», dijo este miércoles el ministro de Justicia, Ricardo Lewandowski. Ex miembro del Supremo Tribunal Federal (STF), el ministro calificó la operación de «cruel y violenta» y abrió la posibilidad de que fuera incompatible con «el Estado democrático de derecho».
Para entender la situación hay que definir a las milicias, grupos paramilitares que compiten con los narcotraficantes por el espacio en el sometimiento de las comunidades y barrios pobres de la capital y otros municipios de Río de Janeiro. Según O Globo, «tras una década de expansión y fortalecimiento, las milicias dominan y explotan zonas que se extienden por decenas de barrios de Río y de los alrededores de la capital, luchando por nuevos territorios con un arsenal militar. Corrompen, matan y se infiltran en las instituciones. Casi siempre sin castigo».
Estadísticas de instituciones locales señalan que desde que Castro asumió el Gobierno del estado a finales de agosto de 2020, las operaciones han dejado un total de 1.886 muertos, entre civiles y policías, lo que supone una media de 30 víctimas al mes.
Parte del Gobierno aconseja a Lula imponer una GLO (Garantía de Ley y Orden) que permitiría la intervención de las Fuerzas Armadas para garantizar la seguridad en la ciudad, pero exige que Castro reconozca antes sus errores y deje de acusar a la administración central. Castro, a su vez, acusa al Gobierno federal de dejarlo desprotegido, aunque la seguridad sea una competencia del Estado de Río de Janeiro.
Rodrigo Pimentel, un ex capitán del Batallón de Operaciones Especiales (BOPE) que inspiró la película Tropa de Elite, advierte de que la situación de Brasil es hoy peor que la de Colombia. «En Bogotá o Medellín no hay zonas urbanas dominadas como las de Río. Lo que se ve en Río, en Salvador o en Fortaleza no existe en Sudamérica. Lo que tenemos hoy es una situación de conflicto armado no internacional (CANI), que enfrenta en una guerra prolongada a las fuerzas gubernamentales y las fuerzas irregulares en torno a cuestiones como el dominio territorial. Lo hemos visto en Siria, lo vemos en Burkina Faso y en Nigeria», explicó.
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