Keir Starmer cumple un año desde su victoria electoral sin rivales, pero incapaz de conectar con el electorado

<p>No fueron lágrimas por su mayor fracaso político, ni por el frígido respaldo que le dio el primer ministro, <a href=»https://www.elmundo.es/internacional/keir-starmer.html»>Keir Starmer</a>, ni por los rumores de cese -o dimisión forzada- de su cargo que se habían adueñado de Londres. Cuando la ministra de Finanzas británica, <strong>Rachel Reeves</strong>, <a href=»https://www.elmundo.es/economia/macroeconomia/2025/07/02/686564e521efa039798b45ac.html» target=»_blank»>se quedó el martes mirando a Starmer con la cara descompuesta y los ojos rojos e hinchados</a> en la Cámara de los Comunes, fue «por un asunto personal y no voy a entrar en eso». Ésas fueron sus palabras ayer, ante las cámaras de televisión. «Es claro que estaba disgustada, y todo el mundo podía verlo», admitió Reeves. «Pero los miércoles a las 12 del mediodía mi trabajo como ministra de Finanzas es estar junto al primer ministro para apoyar al Gobierno», zanjó.</p>

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 El laborismo, a día de hoy, es, literalmente, el Gobierno y la oposición en el Parlamento de Westminster  

No fueron lágrimas por su mayor fracaso político, ni por el frígido respaldo que le dio el primer ministro, Keir Starmer, ni por los rumores de cese -o dimisión forzada- de su cargo que se habían adueñado de Londres. Cuando la ministra de Finanzas británica, Rachel Reeves, se quedó el martes mirando a Starmer con la cara descompuesta y los ojos rojos e hinchados en la Cámara de los Comunes, fue «por un asunto personal y no voy a entrar en eso». Ésas fueron sus palabras ayer, ante las cámaras de televisión. «Es claro que estaba disgustada, y todo el mundo podía verlo», admitió Reeves. «Pero los miércoles a las 12 del mediodía mi trabajo como ministra de Finanzas es estar junto al primer ministro para apoyar al Gobierno», zanjó.

Reeves dio así un giro de sentido de la responsabilidad, aderezado con una petición sutil pero efectiva para que se respete su vida privada, a una imagen que había dado un componente emocional al mayor fracaso en la gestión del Gobierno de Starmer, que hoy hace justo un año ganó las elecciones con una matemática prodigiosa que lo debe todo al sistema electoral mayoritario del Reino Unido: con prácticamente los mismos votos que en los anteriores comicios, en 2019, el Partido Laborista obtuvo la mayoría electoral más holgadas vista en las islas británicas en 22 años.

El laborismo, a día de hoy, es, literalmente, el Gobierno y la oposición en el Parlamento de Westminster. Y eso es lo que ocasionó la controversia acerca de las lágrimas -sin que importe mucho si son políticas o personales- de Reeves. Todo empezó cuando el martes el ala izquierda del partido torpedeó el plan del Ejecutivo para endurecer los criterios de acceso al Pago de Independencia Personal (PIP), un subsidio por minusvalía que reciben 3,7 millones solo en Inglaterra y Gales, que son las dos naciones del Reino Unido a los que la reforma impactaría de manera directa e inmediata. El PIP es un programa que para muchos epitomiza lo que es un Estado del Bienestar desmedido. Sus subsidios se distribuyen sin tener en cuenta los ingresos de los receptores, con lo que lo recibe nada menos que el 10% de toda la población activa de Gales e Inglaterra.

Todo el fracaso del PIP resume las ambiciones y las dificultades del Gobierno de Starmer. Por un lado, está su programa político. El primer ministro es un laborista -es decir, un socialdemócrata- de centro que quiere reformar el Estado del Bienestar, pero que tiene un partido en el que hay un sector de izquierdas que todavía celebra como un triunfo del anticapitalismo la salida de la Unión Europea.

Domeñar a esa corriente sería posible si Starmer tuviera el carisma y la capacidad de maniobra de Tony Blair, pero la primera de esas virtudes no se encuentra entre las fortalezas del actual primer ministro. En cuanto a capacidad de maniobra, Starmer la tiene. Pero, para sus críticos es, más bien, capacidad conspiratoria, falta de escrúpulos, arrogancia, deseo de centralización del poder, e indiferencia absoluta acerca de los demás, sean éstos colaboradores o el electorado.

Así es como el gélido «se lo agradezco» de Starmer a Reeves por el trabajo de ésta en la fallida reforma del PIP fue interpretado por muchos como el primer paso del primer ministro para deshacerse de su reformista ministra de Finanzas, lo que obligó el miércoles por la tarde a Downing Street a escenificar la unidad entre los dos políticos y a desmentir cualquier tipo de desavenencia, para tranquilidad, sobre todo, de los mercados financieros, que quieren un Gobierno laborista tecnócrata y de centro, no de izquierda. Pero el trasfondo no cambia. Es posible que Starmer hubiera podido sacar adelante la reforma solo con que hubiera sido más condescendiente con la izquierda. Y que su popularidad mejorara si no tuviera reacciones algo más afables que el escuetísimo «tomo nota» con el que reaccionó a la pérdida de un escaño laborista por solo seis votos ante el ultraderechista y ‘eurófobo’ Partido de la Reforma el pasado mes de mayo.

Ser un tecnócrata es excelente para llevar a cabo un ajuste, pero no para convencer a la opinión pública ni al partido de que lo ‘compre’. Y, sin embargo, Reino Unido necesita el ajuste. Su situación fiscal no es tan desesperada como la de Francia, pero dista de ser buena. La deuda pública británica todavía paga la famosa ‘prima de riesgo de imbecilidad’ (‘moron premium’), un término que acuñó Dario Perkins, de la empresa de análisis Global Data como consecuencia para referirse a la catastrófica gestión de la economía de la conservadora -y hoy ‘trumpista’- Liz Truss.

Ese carácter tecnócrata ha venido muy bien a Starmer en la arena internacional, donde ha sabido colocar al Reino Unido en una posición privilegiada entre EEUU y la UE y, además, ha logrado acuerdos comerciales con ese país y con India. El problema es que esos éxitos no sirven para ganar las elecciones.

La gran ventaja del primer ministro es, un año después de las elecciones, la misma que el 4 de julio de 2024: la oposición. Strarmer es impopular. Pero la líder conservadora, Kemi Badenoch, también lo es. Solo el líder ‘ultra’ Nigel Farage tiene algo más de apoyo público. Pero, según las encuestas, en un ‘mano a mano’ con el primer ministro, este último ganaría. En todo caso, no es un panorama muy emocionante para los británicos. Que solo el 36% de los votantes tengan una visión favorable del primer ministro, tras apenas un año en el cargo, pero que éste sea favorito para ganar una elecciones si éstas se repodujeran hoy dice más de sus rivales que de él.

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