<p class=»ue-c-article__paragraph»><strong>Estados Unidos</strong>, <strong>Hungría</strong>, <strong>Eslovaquia</strong>, <strong>Francia</strong>, <strong>Alemania</strong>, <strong>Países Bajos</strong>, <strong>Portugal</strong>… La democracia liberal está en crisis. La <strong>extrema derecha</strong> o la <strong>derecha populista</strong> obtienen resultados electorales espectaculares, gobiernan muchos estados o <strong>han desplazado a los partidos tradicionales de centroderecha o centroizquierda</strong> hasta la tercera posición o más allá.</p>
La derecha radical gobierna en cuatro países de la Unión Europea y es segunda fuerza en ocho; los expertos advierten de «un desgaste de la democracia representativa»
Estados Unidos, Hungría, Eslovaquia, Francia, Alemania, Países Bajos, Portugal… La democracia liberal está en crisis. La extrema derecha o la derecha populista obtienen resultados electorales espectaculares, gobiernan muchos estados o han desplazado a los partidos tradicionales de centroderecha o centroizquierda hasta la tercera posición o más allá.
Ralf Dahrendorf, sociólogo, politólogo y economista alemán, Premio Príncipe de Asturias en 2007, pronosticó ya en 1998 que el siglo XXI podría ser «el siglo del autoritarismo». Y dada la deriva internacional actual, muchos expertos ya coinciden en que pudo acertar de pleno.
En junio, el ultranacionalista Karol Nawrocki ganó las elecciones presidenciales de Polonia con más del 50% de los votos. En Rumanía, el ultra prorruso George Simion perdió los comicios de mayo, pero obtuvo el 41% de los votos. Y en Portugal, el 18 de mayo, la extrema derecha de Chega se convirtió en el segundo partido del país vecino, superando al Partido Socialista.
Son tres simples ejemplos de los últimos 60 días. Pero en los últimos años hay decenas. Elección tras elección, la extrema derecha o la derecha radical avanzan en sus distintas modalidades nacionales. Desde la victoria de Donald Trump con un discurso populista hasta la espectacular subida de Alternativa por Alemania (AfD) o de Agrupación Nacional en Francia, que se han convertido en líderes de la oposición.
El punto de inflexión, según varios estudiosos del fenómeno, se produjo en 2016, cuando coincidieron la primera victoria de Trump en Estados Unidos, el referéndum del Brexit que rompió la Unión Europea (UE) y la consolidación del autócrata Vladimir Putin en Rusia.
Cuatro estados de la Unión Europea están gobernados por la derecha populista –Bélgica, Eslovaquia, Hungría e Italia– y en ocho, el primer partido de la oposición es de extrema derecha o de la derecha dura -Alemania, Austria, República Checa, Eslovenia, Francia, Polonia, Portugal y Rumanía-.
En Países Bajos, el ultra islamófobo Geert Wildersganó las elecciones en 2023. Su partido ha liderado el Gobierno neerlandés durante 11 meses y el mes pasado lo abandonó y rompió la coalición por no poder aplicar «la política de inmigración más restrictiva de la historia». Hay tantos ejemplos como países.
«Asistimos a un avance claro de los líderes autoritarios», explica a EL MUNDO Xavier Casals, doctor en Historia Contemporánea por la Universidad de Barcelona y experto en extrema derecha. Eso conlleva «un desgaste de la democracia representativa» y «una crisis de las fuerzas que han sostenido el sistema, socialdemócratas y democristianos». Tanto, que muchas han pasado a ser terceras o cuartas fuerzas, o han caído a una posición marginal, como ocurrió con Los Republicanos en Francia (la derecha tradicional gala).
Casals destaca la importancia del rol que adoptan los partidos del centroderecha o la derecha frente a la derecha populista. En algunos casos, «dibujan una frontera nítida con la ultraderecha, como en Alemania» [el famoso cordón sanitario], pero también pueden «asumir sus postulados», como hizo en parte el Partido Conservador británico, que ahora se está viendo sobrepasado por el populismo de Nigel Farage (Reform UK) en muchas circunscripciones y en algunos sondeos. Esta segunda estrategia «no les da buenos resultados porque, como decía Jean-Marie Le Pen, los votantes prefieren el original frente a la copia». Y eso pasó con el antiguo Frente Nacional (hoy Agrupación Nacional) ante Los Republicanos.
Arjum Appadurai, antropólogo y profesor en la Universidad de Nueva York, detallaba ya hace siete años en El gran retroceso que hay «fuertes indicios» de que se está produciendo «un rechazo mundial de la democracia liberal y su sustitución por algún tipo de autoritarismo populista». Appadurai considera que la «fatiga democrática» ha puesto a la «democracia liberal europea al borde de una peligrosa crisis».
Los expertos alertan de que esta «fatiga democrática» está llevando al poder a formaciones que se oponen más o menos abiertamente a la democracia liberal. El ejemplo más paradigmático en la Unión Europea es el de Viktor Orban en Hungría.
Raquel García, investigadora del Real Instituto Elcano especializada en la UE, señala en conversación con este diario dos motivos principales de este éxito: el «desgaste de los partidos tradicionales, que durante años no han dado una respuesta adecuada a los problemas de los ciudadanos» y, a la vez, «la óptima gestión de la agenda de los partidos de extrema derecha, que encuentran chivos expiatorios» a los que culpar de todos los males. Normalmente, los inmigrantes, las minorías nacionales o incluso la propia Unión Europea.
García apunta que las formaciones populistas «nacen del descontento» y «se erosionan más cuando gobiernan porque no resuelven los problemas que les hicieron crecer», como ha ocurrido en Países Bajos con el PVV (el partido de Wilders), que al caer en las encuestas ha decidido romper el Gobierno de coalición y forzar una repetición electoral.
Los expertos coinciden en que el fenómeno no es nuevo en sí mismo, pero sí en su intensidad. Cas Mudde, politólogo neerlandés y profesor en la Universidad de Georgia (Estados Unidos) y en el Centro de Investigación sobre Extremismo de Oslo, apunta que actualmente estamos en «la cuarta ola de la extrema derecha, que comenzó en 2000», sobre todo tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Nueva York.
Esta ola, la de mayor éxito mundial de estas formaciones hasta el momento, se caracteriza por «la normalización y la desmarginación» de estos partidos. Mudde añade que las ideas de extrema derecha a veces vienen defendidas por nuevas formaciones y, otras veces, triunfan mediante la radicalización de los partidos tradicionales del centroderecha y la derecha», como ha ocurrido con el Partido Republicano de Estados Unidos, que ha sido ahora tomado por el movimiento MAGA (Make America Great Again) de Donald Trump.
El auge de las formaciones populistas está viniendo acompañado por un avance muy importante de la derecha a nivel mundial. El 18 de mayo, las elecciones legislativas de Portugal arrojaron la Asamblea de la República más a la derecha de su historia en democracia. El 70% de sus diputados son de centroderecha, liberales o de extrema derecha, mientras la izquierda, dividida en seis partidos, quedó reducida al 30% restante.
Casals reconoce que en los últimos años se está produciendo a nivel global «un giro a la derecha muy claro», aunque con matices en los distintos países. En muchos estados europeos el eje de las elecciones ya no es derecha-izquierda, sino derecha-extrema derecha. Así ocurre ahora en Francia, Alemania, o, lo hemos visto muy recientemente, en las elecciones de Rumanía o Polonia.
¿De dónde vienen todos estos nuevos votos? Muchos proceden de la abstención: un electorado irritado con los políticos que encuentra un candidato antipolítico y antiestablishment que sí le anima a acercarse a las urnas. Otros vienen de la derecha, como el voto de defensa de una identidad nacional que se percibe amenazada por la inmigración o el Islam. Pero la derecha radical también tiene un importante voto que antes se decantó por la izquierda.
El escritor, periodista y editor Manuel Florentín, que ha dedicado parte de su obra y trabajo a este fenómeno, considera en conversación con este diario que «más que preguntar por el ascenso de la extrema derecha, hay que preguntarse qué ha hecho mal la izquierda para que la clase trabajadora les vote». Florentín recuerda que cuando el fundador del Frente Nacional (FN), Jean-Marie Le Pen, irrumpió en Francia en los 70 y 80, «muchos de sus votantes eran obreros, antiguos votantes de partidos comunistas y socialistas en feudos históricos del comunismo y del socialismo».
Lo mismo ha ocurrido recientemente en Portugal, donde Chega (que significa Basta en portugués) ha vencido en 2024 y en 2025 en feudos históricos del Partido Comunista de Portugal (PCP) o del Partido Socialista (PS) en el Algarve o el Alentejo.
Ningún experto se atreve a predecir qué ocurrirá en el futuro: si la ola seguirá creciendo y cambiará el modelo liberal o si remitirá. Varios coinciden en que estos movimientos se caracterizan por ser «muy volátiles» y, a veces, se basan en liderazgos fuertes, con lo que igual que irrumpen, pueden desaparecer, como ocurrió con Amanecer Dorado en Grecia.
Los partidos de la derecha radical consiguieron un 22% de los escaños del Parlamento Europeo en los comicios del año pasado, reuniendo casi 160 parlamentarios divididos en tres grupos y en el de no adscritos. Sin embargo, la influencia de los populistas de derechas en la Unión Europea es aún relativa. Raquel García, del Real Instituto Elcano, resalta que el «margen de acción del Parlamento Europeo» es «limitado» y que ‘populares’, socialdemócratas y verdes siguen controlando los destinos de la Unión, con el apoyo de Giorgia Meloni, que ha jugado una importante baza europeísta a pesar de pertenecer a un partido, los Hermanos de Italia, de la derecha radical. «La primera ministra italiana tiene un discurso de extrema derecha en derechos sociales, pero en política exterior o de Defensa ha abrazado los postulados de la UE», resume García, que recuerda que esa fue la línea roja que marcó el PPE para integrar a Meloni en el ‘puente de mando’ de Bruselas.
Fuente de los gráficos: Webs oficiales de resultados electorales, IFES y elaboración propia.
Gráficos: Martín Prato y Alberto Hernández.
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