<p>Una de las primeras decisiones de <a href=»https://www.elmundo.es/e/do/donald-trump.html»>Donald Trump</a> cuando volvió a la Casa Blanca el 20 de enero fue <strong>ordenar el paulatino desmantelamiento de USAID</strong> (US Agency for International Development), <strong>la agencia de ayuda al desarrollo más grande del mundo</strong>. No fue una improvisación, un impulso, sino la aplicación maximalista de un plan perfectamente definido cuyo inicio se remonta muy atrás en el tiempo. El <strong>Proyecto 2025</strong>, el manual oficioso para un gobierno conservador elaborado por el <i>think tank</i> Heritage Foundation, y esbozado por veteranos de la primera Administración Trump, le dedica un capítulo entero a la reforma y transformación de USAID. El objetivo era no sólo «reducir la presencia global de USAID», sino «desradicalizar» sus programas y limitar su financiación para dejaran de «desestabilizar la paz mundial al promover en países extranjeros ideas que son directamente opuestas a las relaciones armoniosas y estables internas y entre los países».</p>
Esta semana, el Gobierno de Trump ha dejado oficialmente de implementar «los programas de asistencia exterior que no se alineen con las políticas de la Administración y promuevan los intereses estadounidenses»
Una de las primeras decisiones de Donald Trump cuando volvió a la Casa Blanca el 20 de enero fue ordenar el paulatino desmantelamiento de USAID (US Agency for International Development), la agencia de ayuda al desarrollo más grande del mundo. No fue una improvisación, un impulso, sino la aplicación maximalista de un plan perfectamente definido cuyo inicio se remonta muy atrás en el tiempo. El Proyecto 2025, el manual oficioso para un gobierno conservador elaborado por el think tank Heritage Foundation, y esbozado por veteranos de la primera Administración Trump, le dedica un capítulo entero a la reforma y transformación de USAID. El objetivo era no sólo «reducir la presencia global de USAID», sino «desradicalizar» sus programas y limitar su financiación para dejaran de «desestabilizar la paz mundial al promover en países extranjeros ideas que son directamente opuestas a las relaciones armoniosas y estables internas y entre los países».
La hoja de ruta del Proyecto 2025 sin embargo era en realidad mucho menos ambiciosa. No proponía congelar toda la ayuda exterior, ni despedir a casi todo el personal, ni dar el control a los veinteañeros controlados por Elon Musk. Tampoco sugería cerrar una agencia de más de 40.000 millones de dólares de presupuesto, ni adscribirla al Departamento de Estado. Pero una vez que los jóvenes entusiastas del DOGE, el recién creado departamento de eficiencia gubernamental, se asociaron con el sector más duro de la nueva Administración, no fue difícil convencer a Trump y a sus ministros de la necesidad de erradicar un «nido de radicales lunáticos» controlado por una «banda criminal».
A pesar de que, según sus números, desde el año 2000 los programas de USAID han evitado la muerte de 58 millones de personas por tuberculosis, 25 millones por VIH / SIDA y más de 11 millones por malaria (dando además acceso a agua potable a 70 millones de personas y ayudado a casi erradicar la polio), los republicanos caricaturizaron la ayuda de la agencia como programas para costear operaciones de cambio de sexo por el mundo, hacer musicales sobre políticas de igualdad y diversidad, regalar condones o publicar libros que fomentan la homosexualidad o el ateísmo. Por no hablar de un Barrio Sésamo islámico en Irak. Acusaron a sus responsables de ser estafadores, comunistas. Y lo que inicialmente se pensó como una pausa de 90 días para una transformación se convirtió en una extinción.
«A partir del 1 de julio, USAID ha dejado oficialmente de implementar la asistencia exterior. Los programas de asistencia exterior que se alineen con las políticas de la administración —y que promuevan los intereses estadounidenses— serán administrados por el Departamento de Estado, donde se ejecutarán con mayor responsabilidad, estrategia y eficiencia», ha explicado la Administración en un comunicado este martes.
Los efectos de cerrar el grifo estos meses fueron inmediatos. Los recortes de un día para otro no sólo dejaron a miles de empleados estadounidenses sin trabajo y tirados por todo el mundo, sin acceso a sus correos, teléfonos o tarjetas de crédito. La falta de fondos provocó la suspensión inmediata de la distribución de alimentos o medicamentos y el cierre de clínicas en toda África. El Programa de las Naciones Unidas sobre el VIH / SIDA estima que desde entonces se han producido casi 5.000 infecciones prevenibles por VIH. De igual manera, la falta de recursos implica que no hay electricidad para mantener fríos los medicamentos, para los sueldos de médicos y enfermeros locales, para clínicas que luchan contra la tuberculosis. En Sokoto, Nigeria, niños pequeños han muerto porque los centros de alimentación de emergencia apoyados por USAID se han quedado sin la pasta nutritiva que se usa para salvar las vidas de pacientes con desnutrición severa. El personal que lucha en Uganda contra el ébola se ha quedado sin medios, lo que hace más probable un brote.
Desde su fundación en 1961, con el presidente John F. Kennedy, USAID ha financiado una amplia gama de programas, desde la distribución de almuerzos escolares a niños en Haití hasta la distribución de medicamentos contra el VIH en el África subsahariana. Fue diseñada para cumplir con lo que el presidente demócrata definió como el deber moral del país de utilizar su riqueza para ayudar a otras naciones menos prósperas. Pero, al mismo tiempo y, sobre todo, para contrarrestar la influencia de la Unión Soviética en el tercer mundo en el apogeo de la Guerra Fría. «Tenemos obligaciones morales como líder sabio y buen vecino en la comunidad interdependiente de naciones libres; obligaciones económicas como las personas más ricas en un mundo de gente mayoritariamente pobre; y obligaciones políticas como el mayor contrapeso a los adversarios de la libertad», dijo Kennedy. Ese vacío que deja la agencia será cubierto por China.
Hasta ahora, USAID, con un presupuesto de más de 70.000 millones, administraba alrededor del 60% de la ayuda exterior estadounidense y desembolsó 43.790 millones de dólares en el año fiscal 2023. Según el último informe del Servicio de Investigación del Congreso (CRS), su plantilla contaba con 10.000 empleados, de los cuales aproximadamente dos tercios prestan servicios en el extranjero, prestando asistencia a unos 130 países.
Dos ejemplos. Para combatir el VIH a nivel mundial, George W. Bush lanzó en 2003 el Plan de Emergencia del Presidente de los Estados Unidos para el Alivio del SIDA (Pepfar). El programa apoya a unos 20,6 millones de personas en todo el mundo, incluidos 566.000 niños, mediante terapia antirretroviral. Sólo en 2024, el programa costeó pruebas del VIH a 83,8 millones de personas. Sin fondos, más de 630.000 personas podrían morir cada año de sida. Un estudio de la Universidad de Boston indica que podría haber casi 10 millones de casos adicionales de malaria a nivel mundial (de los cuales aproximadamente siete millones afectarían a niños) en solo un año debido a los recortes de financiación de USAID.
La orden ejecutiva de Trump eliminó casi inmediatamente entre el 83% y el 90% de todos los contratos de ayuda exterior estadounidense y los programas asociados. Etiopía, por ejemplo, recibía más de 1.700 millones de dólares en ayuda al año. Lo mismo ocurría Somalia, la República Democrática del Congo, Nigeria, Kenia, Sudán del Sur, Uganda y Mozambique, todos ellos con una ayuda superior a los 400 millones de dólares anuales. Dado que Estados Unidos proporcionaba el 26% de toda la ayuda suministrada al continente africano, tras la casi extinción de la agencia, la ayuda total a África se reducirá en un 20%.
Según estimaciones de Oxfam, «el efecto de estos recortes sobre la gente será devastador: al menos 23 millones de niños podrían perder el acceso a la educación y hasta 95 millones de personas perderían el acceso a la atención sanitaria básica, lo que potencialmente provocaría más de tres millones de muertes evitables por año». Un reciente estudio publicado en la revista médica Lancet es mucho más brutal. El informe estima que los programas de USAID han salvado más de 90 millones de vidas en las últimas dos décadas y los investigadores creen que si los recortes de la Administración Trump continúan hasta 2030, más de 14 millones de personas que de otro modo habrían sobrevivido podrían morir.
Según James Macinko, investigador de políticas sanitarias de la UCLA y coautor del estudio de The Lancet, el contribuyente medio estadounidense aportaba unos 18 centavos al día para costear USAID. «Con esa pequeña cantidad, hemos podido evitar hasta 90 millones de muertes en todo el mundo», explica. Sin embargo, el Gobierno de Donald Trump cree que era un desperdicio de dinero, porque esa inversión, que no sólo salva vidas, sino que previene enfermedades o epidemias, era un desperdicio porque no estaba sirviendo para fortalecer los intereses políticos o geopolíticos de Washington.
«Todo servidor público tiene la obligación ante los ciudadanos estadounidenses de garantizar que los programas que financia promuevan los intereses de nuestra nación. Durante la exhaustiva revisión que la Administración Trump realizó de miles de programas y más de 715.000 millones de dólares en gastos ajustados a la inflación a lo largo de las décadas, se ha hecho evidente que la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) estaba muy por debajo de este estándar. USAID contó con un presupuesto casi infinito para impulsar la influencia estadounidense, promover el desarrollo económico mundial y permitir que miles de millones de personas se mantuvieran por sí mismas. Más allá de crear un complejo industrial de ONG de alcance mundial a expensas de los contribuyentes, USAID tiene poco que mostrar desde el final de la Guerra Fría», afirma el secretario de Estado de EEUU, Marco Rubio, en un post publicado en el blog de su Ministerio esta misma semana.
Rubio, responsable de la agencia tras los cambios administrativos, y uno de los que más ha defendido, incluso en el Congreso, que los recortes no le han costado la vida a nadie en ningún lugar del mundo, afirma que «los objetivos de desarrollo rara vez se han cumplido, la inestabilidad a menudo ha empeorado y el sentimiento antiestadounidense no ha hecho más que crecer. A nivel mundial, los países que más se benefician de nuestra generosidad no suelen corresponder. Por ejemplo, en 2023, las naciones del África subsahariana votaron con Estados Unidos solo el 29% de las veces en resoluciones esenciales de la ONU, a pesar de haber recibido 165.000 millones de dólares en desembolsos desde 1991. Esa es la tasa más baja del mundo. Durante el mismo período, más de 89.000 millones de dólares invertidos en Oriente Próximo y el norte de África dejaron a Estados Unidos con índices de aprobación más bajos que China en todos los países, excepto Marruecos. El gasto de 9.300 millones de dólares de la agencia en Gaza y Cisjordania desde 1991, cuyos beneficiarios incluyeron aliados de Hamas, ha generado agravios en lugar de gratitud hacia Estados Unidos. Los únicos que vivían bien eran los ejecutivos de las innumerables ONG, que a menudo disfrutaban de un estilo de vida de lujo financiado por los contribuyentes estadounidenses, mientras que aquellos a quienes pretendían ayudar se quedaban aún más atrás».
El equipo que firma el estudio en The Lancet analizó datos demográficos y de mortalidad de 133 países que recibieron ayuda entre 2001 y 2021 y concluye que los niveles altos de ayuda USAID se asocian con una reducción del 15% en las muertes por cualquier causa, en todas las edades. En el caso de los niños menores de cinco años, el porcentaje se duplicó con creces, alcanzando el 32%. «Una vez que se traduce esa reducción del 15% en el número de vidas, en realidad representa 91 millones de muertes evitadas», afirma Macinko. Por eso, si las ayudas de la agencia desaparecen por completo, estiman que para 2030 entre ocho y 19 millones de personas podrían morir, incluidos 4,5 millones de niños.
Según otro estudio publicado en Nature en abril, Estados Unidos gastó aproximadamente 12.000 millones de dólares en salud mundial en 2024. «Sin ese gasto anual, aproximadamente 25 millones de personas podrían morir en los próximos 15 años, según modelos que han estimado el impacto de dichos recortes en los programas de tuberculosis, VIH, planificación familiar y salud materna e infantil».
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