<p>El encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección es lo que, según la más citada de las tradiciones surrealistas, dio como resultado un cadáver exquisito. En este caso, solo hay máquina de coser y, apurando, el cadáver de apariencia primorosa, pero, y esto es lo malo, cadáver al fin y al cabo. El director de origen turco, pero afincadísimo (todo lo que tiene que ver con este cineasta tiende al superlativo) en Italia, Ferzan Ozpetek compone una de esas películas que desde el primer fotograma suplican (o incluso exigen) ser amadas. ¿Cómo resistirse a una historia de mujeres maltratadas por su tiempo presentadas como metáfora única y casi sagrada del cine como experiencia colectiva, como ejercicio compartido, como imperativo ético? <strong>Y, precisamente por ello, por la tiranía de la exigencia más que a la adhesión, </strong><i><strong>Diamanti </strong></i><strong>a lo que acaba por llamar es a la rebelión; rebelión en contra.</strong></p>
Ferzan Ozpetek se homenajea a sí mismo en un ampuloso, afectadísimo y solo presunto tributo al cine
El encuentro fortuito de una máquina de coser y un paraguas en una mesa de disección es lo que, según la más citada de las tradiciones surrealistas, dio como resultado un cadáver exquisito. En este caso, solo hay máquina de coser y, apurando, el cadáver de apariencia primorosa, pero, y esto es lo malo, cadáver al fin y al cabo. El director de origen turco, pero afincadísimo (todo lo que tiene que ver con este cineasta tiende al superlativo) en Italia, Ferzan Ozpetek compone una de esas películas que desde el primer fotograma suplican (o incluso exigen) ser amadas. ¿Cómo resistirse a una historia de mujeres maltratadas por su tiempo presentadas como metáfora única y casi sagrada del cine como experiencia colectiva, como ejercicio compartido, como imperativo ético? Y, precisamente por ello, por la tiranía de la exigencia más que a la adhesión, Diamanti a lo que acaba por llamar es a la rebelión; rebelión en contra.
Ozpetek se coloca él mismo como factótum y se presenta al espectador en pantalla delante de todas sus actrices para compartir con ellas su último guion que, precisamente, trata de ellas, de todas las voces femeninas que construyen lo más íntimo del cine. Una de las actrices, por cierto, lo llama «vaginódromo» y hay que reconocer que el neologismo resulta irrefutable. Como muestra de egocentrismo no medido, de entrada, la película desalienta. Lo que sigue es la historia de un taller de costura en una época del cine por fuerza mejor, casi sagrada. Ahí, en el interior del gineceo, la película intenta construir una historia del cine oculta, alternativa e insumisa que tiene que ver con la empatía, la solidaridad y el apoyo mutuo. Es decir, un punto de vista que se quiere nuevo y hasta revolucionario.
El problema, que lo hay, es la falta de distancia, lo pomposo y afectado de una historia que, pese a su voluntad de originalidad, no renuncia ni a uno solo de los más trillados y melodramáticos, en el peor sentido, de los tópicos. Todos los personajes viven arrasados por un drama irrenunciable de desamor, de muerte, de maltrato y de ausencia. Todos parecen una versión paródica de la última estrella italiana después de Virna Lisi. Y ahí, en un exhibicionismo untuoso de planos largos, tules vaporosos e interpretaciones fuera de sí, el último trabajo del director de Hamam, el baño turco se queda a vivir en la más absoluta autocomplacencia. Sin paraguas y sin mesa de disección. Solo el cadáver y no tan exquisito como pretende.
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Director: Ferzan Ozpetek. Intérpretes: Luisa Ranieri, Jasmine Trinca, Sara Bosi, Loredana Cannata. Duración: 135 minutos. Nacionalidad: Italia.
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