En lo militar la guerra de Ucrania está acabada

<p>Si algún término puede definir el momento militar que se vive hoy en Ucrania es «<i>kill zone</i>» o zona de muerte. <strong>Se refiere al lugar en el que armas de todos los calibres, drones, bombas aéreas o minas pueden matarte</strong>. Desde que comenzó esta invasión, el conflicto más sangriento en lo que va de siglo, las zonas de muerte no han hecho más que aumentar.</p>

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 Con los dos ejércitos agotados y drones cada día más poderosos sofocando cualquier intento de ofensiva, que Putin insista en prolongar la invasión no tiene sentido bélico  

Si algún término puede definir el momento militar que se vive hoy en Ucrania es «kill zone» o zona de muerte. Se refiere al lugar en el que armas de todos los calibres, drones, bombas aéreas o minas pueden matarte. Desde que comenzó esta invasión, el conflicto más sangriento en lo que va de siglo, las zonas de muerte no han hecho más que aumentar.

En los primeros meses de la invasión, lo que determinaba las dimensiones de estas zonas letales era el rango de artillería de ambos ejércitos, es decir, unos 10 kilómetros a ambos lados de la línea de combate. Pero los drones han cambiado la guerra a un nivel que sólo puede compararse a lo que hizo la invención de la pólvora en el siglo IX en China.

Hoy ya hay drones capaces de atacar infantería enemiga, blindados y líneas logísticas a 40 kilómetros de distancia, con lo que las zonas de muerte se han multiplicado en algo más de tres años. ¿Qué incidencia tiene en la guerra esta presencia robótica en el cielo? Toda. Hoy, en estos momentos, hay miles de cuadricópteros sobrevolando todas las posiciones, trincheras, fortificaciones, zonas grises y líneas de abastecimiento a ambos lados de la línea de combate. Además, por encima de ellos vuelan drones espía aún más potentes que, con su poderoso ojo, pueden ver a un kilómetro de altura si un soldado se ha afeitado esa mañana. Cuando se agotan sus baterías, otro dron despega y lo reemplaza incluso por la noche, ya que tienen visión nocturna.

Es decir, nunca los ejércitos han estado tan hipervigilados, nunca la vida del infante ha sido tan miserable, escondido bajo tierra incluso para hacer sus necesidades durante semanas sin rotación, ya que salir de allí lo expone a un riesgo mortal. Hasta las evacuaciones de heridos se hacen de noche y a toda velocidad.

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En este contexto, las operaciones de ruptura, incluso las que se realizan con blindados, resultan detectadas antes de salir y machacadas por artillería y drones a distancia antes de que puedan disparar una sola vez. La tecnología actual impide que los ejércitos realicen grandes avances en profundidad y que los defensores colapsen. Es decir, las ofensivas en Ucrania han dejado de tener sentido militar para cualquier fuerza que no sea la prolongación de una dictadura brutal y deshumanizada a la que han dejado de importarle sus propias bajas.

Una guerra nunca tiene sentido, pero mucho menos en estas condiciones en las que las operaciones de Rusia se focalizan mucho más en aterrorizar y castigar a los civiles en las ciudades de retaguardia que en las victorias en el frente. Por eso hoy el arma fundamental en ese esfuerzo es el dron Shahed de origen iraní y de microchip chino: es un ingenio lento y predecible, pero tan barato (unos 22.000 euros) que puede lanzarse en enjambre y saturar las defensas ucranianas. Además, la producción rusa de este terror alado se ha multiplicado de unos 100 a 500 cada día. Su sonido, como el de un ciclomotor, recuerda a las terribles V-1 que los nazis lanzaron sobre Londres en 1944.

Rusia lleva más de un año intentando rodear cuatro ciudades que sólo existen sobre el papel: Pokrovsk, Konstantinivka, Siversk y Kupiansk. En todos los casos las operaciones se basan en el mismo patrón: asaltos en moto, en carro de golf o a pie para intentar tomar y ocupar posiciones ucranianas. A veces Rusia necesita semanas de oleadas para conquistar una trinchera ocupada por cuatro tipos en mitad de ninguna parte. Hasta que se quedan sin munición y entonces tienen que abandonar la posición a la carrera hasta la próxima. Como una mancha de aceite, Rusia estaba a principios de 2024 en Avdivka y hoy está a las puertas de Pokrovsk, a 35 kilómetros de allí. Su propaganda lo presenta como grandes victorias, cuando en realidad lo único que muestra es su incapacidad para ganar la guerra de una vez tras casi cuatro años de carnicería.

Los dos ejércitos están agotados, aunque por diferentes motivos. Zelenski no ha querido movilizar a los menores de 25 años, lo que provoca que su ejército tenga una media entre los 45 y los 50 años y enormes dificultades para seguir reclutando. Rusia tiene menos problemas para conseguir mano de obra, pero tiene que ofrecer salarios cada vez más altos y cada mes se reduce el número de nuevos contratos. En 2024 eran unos 50.000 mensuales. Hoy son unos 30.000.

Ucrania recibe un goteo de material bélico occidental continuo. Para muchos analistas, Europa y EEUU podrían hacer mucho más en este esfuerzo, pero lo cierto es que enormes cargamentos de armas y munición aterrizan cada semana en la panza de aviones de transporte hasta la frontera con Polonia para luego ser distribuidos por el frente de Ucrania. Mientras que ese flujo no se corte y la Unión Europea siga sosteniendo al estado ucraniano, será difícil que el ejército de Ucrania colapse. Además, con la supremacía drónica sobre el campo de batalla, la guerra se ha hecho más asequible para Kiev. La mayoría de estos ingenios (un 60% de cuadricópteros y el 100% de los de largo rango) ya son de producción local.

Rusia, por su parte, está agotando sus reservas soviéticas de la Guerra Fría, que eran enormes pero no eternas. Pero tiene los arsenales de Corea del Norte e Irán, aliados fieles que, unidos a la tecnología china, pueden suplir las necesidades rusas hasta cierto punto. Otra cuestión es el verdadero estado de la economía rusa, dopada gracias al esfuerzo de la guerra, pero a la vez lastrada por el enorme gasto que está terminando con los fondos nacionales rusos. Cualquier otro dirigente hace tiempo que se hubiera planteado detener la guerra como instrumento inútil. Pero hablamos de Putin, y de un Putin resentido y obsesionado con el pasado imperial.

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