Rafael Dezcallar, ex embajador de España en China: «Nadie en la UE piensa sustituir la alianza con Washington por otra con Pekín»

<p class=»ue-c-article__paragraph»><strong>Rafael Dezcallar</strong> (Palma, 1955) aterrizó en <strong>China</strong> en 2018, en pleno pulso entre el gigante asiático y <strong>Estados Unidos</strong> durante la <strong>primera guerra comercial de Donald Trump</strong>. Se comió en Pekín una pandemia bajo el yugo de draconianas restricciones que duraron tres años y comprobó de primera mano cómo, a consecuencia de estos prolongados cierres, tardó en arrancar la engrasada locomotora económica china. Dejó el país en 2024 y ha querido desnudar en un libro su particular visión de la gran potencia comunista, la que sólo puede tener un embajador con 40 años de carrera diplomática por todo el mundo.</p>

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 Representante de España en China de 2018 a 2024, Rafael Dezcallar ha vivido en Pekín la pandemia del Covid, el despertar del gigante económico y los movimientos de la superpotencia para competir con Estados Unidos en los últimos años  

Rafael Dezcallar (Palma, 1955) aterrizó en China en 2018, en pleno pulso entre el gigante asiático y Estados Unidos durante la primera guerra comercial de Donald Trump. Se comió en Pekín una pandemia bajo el yugo de draconianas restricciones que duraron tres años y comprobó de primera mano cómo, a consecuencia de estos prolongados cierres, tardó en arrancar la engrasada locomotora económica china. Dejó el país en 2024 y ha querido desnudar en un libro su particular visión de la gran potencia comunista, la que sólo puede tener un embajador con 40 años de carrera diplomática por todo el mundo.

Dezcallar ha sido embajador de España en Etiopía, Alemania y China, entre otros muchos altos cargos en el Ministerio de Exteriores. De cuna aristocrática, hermano de un ex director del CNI y autor de varias novelas y cuentos para niños, acaba de publicar El ascenso de China (Ediciones Deusto), libro en el que aborda desde el éxito de las políticas aperturistas de finales de la década de 1970 al papel actual de la China de Xi Jinping, que se presenta como una alternativa a la hegemonía estadounidense en el orden global.

Pregunta. ¿China está ocupando los espacios vacíos que deja la diplomacia caótica de Trump?

Respuesta. Estados Unidos lleva 200 años representando una serie de valores compartidos y estos no se destruyen fácilmente, así que, además del ruido alrededor del Gobierno de Trump, hay que esperar a ver cómo avanza. China es el principal socio comercial de 120 países y está expandiendo su influencia, sobre todo en los países en desarrollo. Tiene muchas aspiraciones para competir con EEUU en la partida por la hegemonía mundial. Pero para ejercer realmente como una superpotencia, tiene que remangarse e intervenir, asumir riesgos en la resolución de los conflictos internacionales. Y eso no lo está haciendo. Ser una gran potencia no sólo significa tener armas, una economía fuerte e influencia. También supone asumir responsabilidades. Por ejemplo, con los ataques de los hutíes a los barcos comerciales en el mar Rojo, que está afectando al comercio entre China y Europa. Los hutíes son aliados de Irán, que es un país más cercano a China, que no ha hecho nada para parar este problema. Al igual que no ha movido ficha para ayudar a poner fin a la guerra civil de Sudán, que está ocurriendo en una zona en la que Pekín tiene muchos intereses, y tampoco ha conseguido mediar en Gaza a pesar de haber logrado, en esa región, que Arabia Saudí e Irán retomaran sus relaciones diplomáticas.

P. En la guerra en Ucrania, Pekín ha presentado varias veces su predisposición a mediar con su socio Putin, pero no ha logrado ningún avance.

R. Muchos países europeos llevamos desde 2022 intentando explicar a China lo importante que es que medie en este conflicto por su capacidad de presión sobre Rusia. Trump, al menos, está intentando hacer algo para poner fin a la guerra, mientras que los chinos no han hecho nada significativo por una razón muy sencilla: Pekín busca mantener una relación fuerte con Rusia porque eso le da una profundidad estratégica en su disputa con EEUU. A China no le interesa que Rusia salga debilitada de esta guerra y no va a hacer nada que suponga debilitar a Putin en Ucrania.

P. En las últimas semanas, ha habido varias señales de acercamiento entre China y la Unión Europea.

R. Yo estoy de acuerdo con la política comunitaria establecida hacia Pekín: es un rival estratégico y también un socio necesario. Hay que defenderse de China cuando sea necesario y hay que colaborar con ella cuando sea posible. En el tema comercial, tenemos que pelear para poder competir en igualdad de condiciones. Cuando yo era embajador en Pekín, decía que nuestro objetivo era que las empresas españolas pudieran hacer en China lo mismo que las compañías chinas hacen en España, que los términos de comercio sean equilibrados. Hay que saber cuándo uno tiene que plantar cara a China y cuándo hay que dialogar porque es clave su aportación en muchos asuntos globales, como el del cambio climático.

P. El presidente Pedro Sánchez llegó ayer a Pekín por tercera vez en dos años. ¿El Gobierno español busca construir una alianza con China y ser un puente entre Pekín y Bruselas?

R. Hay muy buena comunicación política entre España y China. España puede contribuir a una relación lo más equilibrada posible entre la UE y China. Pero en Bruselas hay un consenso sobre que la alianza con EEUU lleva décadas generando estabilidad y defensa de una serie de valores compartidos. Aunque en Europa haya distintas sensibilidades respecto a China, no creo que nadie esté pensando sustituir la alianza de Washington por la de Pekín.

P. En su primer libro, publicado en 1992, usted ya abordaba la dependencia de seguridad de Europa hacia EEUU.

R. Al ceder Europa su defensa a EEUU, lógicamente ha perdido mucha independencia y ahora comprendemos que eso no puede continuar. Reducir esa dependencia no es una tarea fácil ni se va a conseguir a corto plazo, pero es muy necesaria. Europa tiene que asumir las riendas de su propia seguridad, siempre en alianza con EEUU, pero sin dependencia.

P. Si Trump fuerza un acuerdo de paz en Ucrania favorable para Putin, ¿Esto podría ser visto por Pekín como un atenuante para lanzar una invasión sobre Taiwan?

R. Estoy convencido de que los chinos están haciendo cálculos en ese sentido. Es precisamente por eso por lo que los europeos insistimos en que la paz que se alcance en Ucrania tiene que tener unas bases sólidas. Si Rusia sale con ventaja en las negociaciones, a nivel global daría la sensación de que quien se comporta como un agresor termina obteniendo buenos resultados.

P. Ha sido testigo del increíble desarrollo en tiempo récord de China en muchísimos campos, como el tecnológico y el científico. ¿Cómo lo ha conseguido?

R. China dejó hace mucho tiempo de ser un país comunista. Es capitalista en su modelo económico, y leninista en su modelo político. Esto es muy complicado de gestionar porque el capitalismo genera una gran independencia económica de los principales actores económicos y va contra las tendencias del leninismo, que es el control absoluto de todo desde el Gobierno central. No es fácil organizar este sistema y si China lo ha hecho es porque ha tenido un Partido Comunista (PCCh) que ha sido capaz de controlar a la sociedad y frenar las derivas del capitalismo hacia las libertades individuales, y eso solo se puede hacer en un estado totalitario que no respeta los derechos humanos.

P. A pesar de todos los límites a las libertades individuales que hay, el PCCh sigue gozando de gran popularidad dentro del país.

R. La cultura política china no procede de la grecolatina ni de la ilustración, sino del confucianismo, que pone por delante los intereses de la comunidad a los del individuo. Los chinos tienen claro desde siempre que la comunidad pasa por delante de los derechos y libertades individuales. El progreso económico ha sido clave, y eso lo saben los ciudadanos que han vivido en la pobreza. El PCCh es una máquina de poder bien engrasada que ha hecho un trabajo para controlar la sociedad y su manera de gestionar su totalitarismo es más sofisticado que en otros regímenes.

P. Ahora, el país atraviesa por bastantes turbulencias económicas. ¿Ese ansia por la estabilidad social corre peligro si las nuevas generaciones de chinos empiecen a vivir peor que sus padres?

R. Este factor lo tienen muy presente en el PCCh. Saben muy bien que un aspecto fundamental del contrato social que tienen con la ciudadanía es que ellos gobiernan con estabilidad a cambio de prosperidad. Pero si esa prosperidad estuviera en cuestión, habría descontento social y muchas protestas. En cambio, otro factor de estabilidad es el nacionalismo. Los chinos son muy nacionalistas y más ahora que están inmersos en la rivalidad con EEUU. En caso de que la prosperidad se redujera, el partido podría recurrir al nacionalismo para adoctrinar al pueblo en torno a sus políticas.

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