<p>¿Qué es más real? ¿Una historia inventada o algo sucedido realmente? Sobre el papel, fuera cinismos, lo segundo. Nada imaginado, por muy vívida que sea la reconstrucción, se puede comparar con la claridad dura de lo real. Es a Philip K. Dick, gran inventor de mundos perfectamente reales, además de increíbles, al que se le atribuye la frase: «La realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo. No desaparece». Quizá por ello, ese empeño de tantas películas de colocar delante el cartel <strong>«Basada en hechos reales».</strong></p>
Los directores Frederic y Valentin Poitier cuentan la historia de las hermanas Pleynet
¿Qué es más real? ¿Una historia inventada o algo sucedido realmente? Sobre el papel, fuera cinismos, lo segundo. Nada imaginado, por muy vívida que sea la reconstrucción, se puede comparar con la claridad dura de lo real. Es a Philip K. Dick, gran inventor de mundos perfectamente reales, además de increíbles, al que se le atribuye la frase: «La realidad es aquello que, incluso aunque dejes de creer en ello, sigue existiendo. No desaparece». Quizá por ello, ese empeño de tantas películas de colocar delante el cartel «Basada en hechos reales».
Prodigiosas, firmada por los directores Frederic y Valentin Potier (que son un padre y un hijo), es el último ejemplo de esta falta de fe, digámoslo así, en la ficción. Filmada con una clara vocación popular (quizá, populista), la cinta cuenta una historia en verdad extraordinaria. Y lo es tanto que, muy por encima de sus cualidades cinematográficas, no queda más remedio que rendirse a la capacidad de la realidad para crear fábulas perfectas.
Prodigiosas narra la historia de las hermanas gemelas Audrey y Diane Pleynet a las que dan vida Camille Razat y Mélanie Robert. Ellas fueron dos niñas prodigio del piano y vivieron su primer momento de gloria y popularidad cuando en 1991, a los 14 años, la televisión francesa las exhibió como lo que ya eran, la promesa de toda gloria por venir. También fue entonces cuando aparecieron los primeros síntomas de una enfermedad rara que, según la propia descripción de Diane hecha pública en un documental anterior a la película, «ataca a los tejidos conectivos. Lo que produce una desmineralización extrema de los huesos, acompañada de una fragilidad igual de acentuada tanto de ligamentos como de músculos». Y sigue: «Lo que empezó como una simple dificultad, terminó por convertirse en un auténtico suplicio a la hora de tocar». En realidad, la fatalidad fue solo el principio de lo que vendría después.
Cuenta vía zoom Valentin, el hijo, que se enteraron de la historia por un amigo. «Nos presentaron a las hermanas y compartimos con ellas un largo café. Según avanzaban en el relato, veíamos la película plano a plano, como si no hiciera falta un gramo de ficción». Y, en efecto, algo de eso hay. Como El marino que perdió la gracia del mar de Mishima, la vida de las hermanas Pleynet hasta el preciso instante del fatal descubrimiento de la enfermedad bien pudo ser la excusa para una tragedia sobre la demolición de todas las esperanzas cultivadas desde que a los ocho años, una y otra, Audrey y Diane, se descubrieron tocadas por el destino. Sin embargo, ellas le dieron la vuelta a casi todo. Literalmente, crearon la forma de reinventarse, pero no como cualquier otra cosa, sino como las pianistas que, aún, cerca de los 50, son en 2025.
En la película de los Poitier, su método se describe como un sistema de movimientos circulares que amortigua los golpes bruscos y que busca más la continuidad que la ruptura. La propia Diane corrige ligeramente la versión cinematográfica y no se refiere tanto a un nuevo modo de tocar como a una meticulosa adaptación del repertorio, que acabó por ser «una reconstrucción íntima tanto física como artística». Vivir de nuevo para no renunciar de ningún modo a la vida, a la de antes, a la de siempre.
Los Potier trasladan a la pantalla la historia con el rigor debido, pero sin alardes. Buena parte de la película se va en la protocolaria presentación de los rigores de la enseñanza, del sufrimiento del solista ante la intransigencia primero del padre y luego de los profesores. Y sin embargo, es en los detalles, en el proceso mismo, en el rigor casi mecánico de cada una de las sesiones para el nuevo aprendizaje, donde la película se muestra más resuelta y entretenida. Y todo, por un nuevo ejemplo de la capacidad creativa de las Pleynet y de la realidad.
- ¿Dirigen acaso padre e hijo como tocan las hermanas?
- No diría tanto. Pero lo cierto es que desde niño he visto a mi padre rodar y le he acompañado en cada uno de sus trabajos para el cine o la publicidad. La compenetración es perfecta.
Realidad o ficción, tanto da.
Cine