Nos preocupa y debe interesar Vance

<p>El desplante de los groenlandeses hizo descarrilar el previsto «tour cultural» de la «segunda dama» (sic) Usha Vance y séquito de alcurnia; abortando la operación de seducción, acercamiento y puesta en común. La elaborada preparación de la cita, que debía cuajar en aceptación de la incorporación de aquellas tierras a la órbita de Washington, acabó en visita de perfil ínfimo de la ¿»segunda pareja»? y acompañantes, circunscrita a su base militar. En fin, seguido a este inmenso desastre de imagen que se intenta enmendar con el anuncio de un viaje (del 18 al 20 de abril) a Roma de J.D. Vance, viene a mientes la importancia que tenemos frente a (al lado de) EEUU; y consiguientemente la conciencia necesaria para hacerla valer eficazmente.</p>

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 El desplante de los groenlandeses hizo descarrilar el previsto «tour cultural» de la «segunda dama» (sic) Usha Vance y séquito de alcurnia; abortando la operación de seducción,  

El desplante de los groenlandeses hizo descarrilar el previsto «tour cultural» de la «segunda dama» (sic) Usha Vance y séquito de alcurnia; abortando la operación de seducción, acercamiento y puesta en común. La elaborada preparación de la cita, que debía cuajar en aceptación de la incorporación de aquellas tierras a la órbita de Washington, acabó en visita de perfil ínfimo de la ¿»segunda pareja»? y acompañantes, circunscrita a su base militar. En fin, seguido a este inmenso desastre de imagen que se intenta enmendar con el anuncio de un viaje (del 18 al 20 de abril) a Roma de J.D. Vance, viene a mientes la importancia que tenemos frente a (al lado de) EEUU; y consiguientemente la conciencia necesaria para hacerla valer eficazmente.

De saque, el vicepresidente despierta recelo justificado en esta orilla del Atlántico. El mosqueo permanente exhibido hacia la UE y el desprecio a la «decadencia» del Viejo Continente cosen las intervenciones dedicadas -memorable fue la proferida en la Conferencia de Seguridad de Múnich en febrero-. Esta ganga narrativa encierra, no obstante, pepitas valorativas más que admisibles: «Ningún votante de este continente acudió a las urnas para abrir las compuertas a millones de inmigrantes no controlados». Pero la tirria también despunta en contextos muy distantes -el chapucero hilo en la red social Signal a propósito del bombardeo a infraestructuras hutíes en Yemen es buen ejemplo-. Sus peroratas traducen un ramalazo irracional contra los europeos: «odio tener que rescatar a Europa otra vez», cuando la operación iba de amagar a los ayatolás en Teherán.

¿Se trata, meramente, de un posicionamiento táctico del que se erige en principal brazo ejecutor de las relaciones bilaterales centrifugadas por la Casa Blanca? Porque su discurso no se reduce a la prédica sobre los europeos y su defensa -reproche recurrente que, aun simplista, apunta a una asimetría real en la OTAN-. Sus recriminaciones habituales tocan temas varios que reverberarán en el próximo encuentro con Meloni: la desconexión entre la mayoría de políticos y una masa crítica de ciudadanos, hastiada de promesas vacías, que se siente agredida por la omnipresente ideología woke. En definitiva, muchos perciben que los partidos liberalconservadores se dejan atrapar en cortejar talantes progresistas mientras descuidan demandas básicas, como seguridad en las calles o control migratorio. Vance, con su olfato populista, capta ese abandono: el alegato de una América traicionada que ha conseguido voltear la confianza electoral -y hoy arrolla- resuena entre quienes en Europa exigen una derecha que se faje sin dengues con sus preocupaciones, no con las de la izquierda.

La cuestión J. D. Vance merece, así, un análisis que trascienda la obviedad. La biografía de la segunda autoridad del país -perfecto símbolo del sueño americano-, su caída del caballo y encarnación en heredero del trumpismo, sus planteamientos sobre la proyección planetaria de la Indispensable Nation, son dimensiones en sí mismas muy dispares. Vienen cosidas por la sensibilidad que rezuma Hillbilly Elegy (su experiencia de emerger del tercio de aquella sociedad que ha visto su esperanza de vida disminuir en los últimos años y su poder adquisitivo estancarse o retroceder). Permea la huella de los «olvidados» de los powers that be (‘Seré un vicepresidente que nunca olvidará de dónde vino», dijo en la Convención Nacional Republicana en julio de 2024).

Sería esperable que su formación lo elevase por encima del encono nostálgico. Pero este hijo del Rust Belt, nacido en 1984 (égida de la ortodoxia deslocalizadora), creció sintiendo de cerca la degradación del trabajador blanco en paro por las industrias que se iban lejos en favor del consumidor: menudeo de droga y alcohol, violencia, hundimiento de las familias. Criado por sus abuelos, contra todo pronóstico llega a Yale (que se considera, junto con Harvard, lo más de lo más de la Ivy League; semillero de futuros mandatarios), culminando brillantemente su instrucción: intelecto forjado en un currículum clásico que lo distingue de figuras como Elon Musk -corsario tecnológico- o Mike Waltz -militar pragmático-. Su ascenso, desde la adversidad a cumbrear en estudios y alcanzar joven el éxito -Senado y vicepresidencia-, lo convierte en emblemático del mito americano del triunfo del esfuerzo individual.

Dicho lo anterior, su escalada pública es compleja: Vance destacó en su menosprecio feroz de Trump: «My god, what an idiot» o «I’m a Never Trump guy» en 2016. Su conversión al trumpismo, impulsada por Peter Thiel -su mentor y financiador-, surge como giro estratégico para acceder al poder. El libertario fundador de PayPal -pionero respaldo del salto a la política del Supreme Deal Maker– vio en el senador una mente capaz de dar coherencia al movimiento MAGA, que ya lo abraza como sucesor natural de Trump. La especulación de que este último podría postularse en 2028 añade a la intriga: ¿será su delfín?, ¿asistiremos a un duelo? O tal vez, por imposible que parezca en términos de razonamiento convencional, ¿veremos una intentona en fraude de Constitución, una asonada a la Putin-Medvedev?

El desenvolvimiento de nuestra estrella sugiere que el trumpismo podría superar a su fundador. Esta constatación a buen seguro no es ajena a los escarceos de Trump con la reelección. Lo que empezó como una broma que nadie tomó en serio -en un mitin a finales de enero, el ya presidente baladroneaba sobre «servir no una, sino dos, o tres, o cuatro veces»-, cobra matices coloristas. Frente a la contundencia de la enmienda 22 de la Constitución que taxativamente establece «no person shall be elected to the office of the President more than twice«, el domingo pasado, se hizo evidente que la ocurrencia ha ganado cochura: argumenta que queda mucho tiempo para decidir, si bien escucha a la gente de valía que le pide cuatro años más. ¿Qué significan estas declaraciones del Unpredictable-in-Chief? ¿Son celos por anticipado de un ególatra y narcisista enfermizo, la voluntad de mantener en vilo el culto a la personalidad que practica el grueso de los seguidores, más secta que partido? ¿O hay más… «there are methods«?

En línea con las tesis del Deal Maker, puestas de largo el día 2, que tienen al mundo revuelto, Vance defiende la hegemonía americana, pero siempre incrustada del lamento. Oxímoron de poder y debilidad: EEUU como el país que da más de lo que recibe, comprendiendo este desequilibrio en los postulados extravagantes fijados por the King. El agravio que siente por sus pares «olvidados» de Ohio o Kentucky informa su visión global. EEUU traicionado, reflejo de las comunidades malqueridas de las que salió. Sin embargo, alzado en portavoz de la élite ofrece poco más que retórica eficaz para movilizar una base desencantada en un momento de clara dilución de las señas de identidad tenidas por perdurables, que -en particular- tiene al partido demócrata en encefalograma plano.

Vance es un enigma. Su trayectoria de la pobreza al poder mayúsculo, su posible rol de arquitecto del post-trumpismo y la mezcla de fuerza y resentimiento lo señalan como clave para

entender el porvenir transatlántico. Su prevención hacia la UE inquieta, pero su historia -¿oportunismo?- y su mente brillante invitan a considerarlo más allá de la caricatura.

Porque podría liderar un nuevo orden o el eco de un pasado que se resiste a morir, J.D. Vance nos preocupa y debe interesar. En Europa, hemos de desplegar una actitud proactiva, menos encastillada en rasgarse las vestiduras; de inmediato, seguir con atención esta cita en la Ciudad Eterna.

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