El agujero educativo de la economía: no enseñamos a pensar, enseñamos a rendir

<p>Hay un olor febril, denso, como de sudor de bebé recién nacido, que nos agarra al mundo y nos recuerda por qué estamos aquí. El aroma de la fragilidad, de lo que aún puede aprender y no se da por perdido. Se parece mucho a la educación. Los economistas llenamos páginas discutiendo sobre deuda, inflación, tipos de interés o aranceles, pero se vuelve cada vez más evidente que el problema de fondo es la educación. No en el sentido limitado de la formación para el empleo, sino en su dimensión más profunda y civilizatoria como cultivo del juicio, del carácter y del criterio. La educación es el último baluarte frente a la fragmentación emocional, la polarización política y la creciente sensación de pérdida de sentido. No es casual que el desbordamiento emocional de las sociedades se traduzca en extremos políticos, desafección institucional o consumo compulsivo. Hemos preparado a los ciudadanos para producir, pero no para vivir. Les hemos preparado para competir, pero no para conversar.</p>

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 Nos preocupa el bajo rendimiento escolar pero no hablamos de que ha desaparecido del aula el espacio para el pensamiento complejo o para el sentido compartido.  

<p>Hay un olor febril, denso, como de sudor de bebé recién nacido, que nos agarra al mundo y nos recuerda por qué estamos aquí. El aroma de la fragilidad, de lo que aún puede aprender y no se da por perdido. Se parece mucho a la educación. Los economistas llenamos páginas discutiendo sobre deuda, inflación, tipos de interés o aranceles, pero se vuelve cada vez más evidente que el problema de fondo es la educación. No en el sentido limitado de la formación para el empleo, sino en su dimensión más profunda y civilizatoria como cultivo del juicio, del carácter y del criterio. La educación es el último baluarte frente a la fragmentación emocional, la polarización política y la creciente sensación de pérdida de sentido. No es casual que el desbordamiento emocional de las sociedades se traduzca en extremos políticos, desafección institucional o consumo compulsivo. Hemos preparado a los ciudadanos para producir, pero no para vivir. Les hemos preparado para competir, pero no para conversar.</p>

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